El congreso. Un viaje por sorpresa

De: Departamento de Recursos Humanos

Asunto: Asistencia al congreso de Motivación Personal, en Barcelona

Fecha: 16 de noviembre de 2012 14:40:12 GMT+01:00

Para: Nombre Apellido Apellido <cuenta de correo>

Texto: Con este mensaje te comunicamos que has sido seleccionado para asistir al congreso de Motivación Personal que se celebrará los días 21 y 22 de noviembre en la ciudad de Barcelona. Desde la secretaría del congreso contactarán contigo para darte a conocer el plan de viaje, hotel donde te alojarás y la agenda de actividades de los dos días. En espera de que sepas apreciar esta oportunidad que se te brinda…. bla, bla, bla….

–¡No, no! ¿Por qué he abierto el mensaje en vez de verlo en vista previa? Ahora saben estos de RRHH que ya lo he leído y que estoy enterado. Además, estos puñeteros sistemas de correo interno envían dos mensajes al emisor del correo: uno indicando que el mensaje se ha entregado y recibido en mi bandeja de entrada; y otro indicando ¡que lo he leídoooooo……! De esta no me libra nadie.

Me ha entrado tal tiritera de nervios que he tenido que ir a la máquina del café a relajar mis temores y, también, para ver si me encuentro a alguien y le doy la brasa. Como si con este acto pasara mis preocupaciones al sufrido receptor. ¿Podré argumentar algo para no ir?

Regreso a mi mesa y me encuentro cuatro mensajes en la bandeja de entrada de mi correo. Son de la secretaría del congreso saludándome en nombre de la Organización, otro detallando los actos de las dos jornadas que estaré con ellos, otro donde me envían los billetes de tren con horarios y estaciones por las que pasaré y, el último, indicándome el autobús que me recogerá en Barcelona y que me llevará al hotel con el resto de asistentes provenientes de distintos puntos de la geografía española.

–¡Aggg…., me va a dar algo!– Hace más de seis años que no viajo en tren. Bueno, que no viajo, porque tampoco he salido de mi ciudad desde que fui a la comunión de mi primo Juanito, que…… Esta es otra historia. Disculpa querido lector.

Hoy es viernes. El viaje será el próximo miércoles y regresaré el jueves. Esto quiere decir que tengo un fin de semana para ir pensando un poco cómo afrontar este reto. ¡Ah, ya lo entiendo! No es un programa de motivación, es un programa de superación, porque vaya tela con el planteamiento que me hacen. Ahora es cuando me tienen que servir de algo todas esas horas que he pasado viendo programas de viajeros. Da gusto verlos. Con una simple mochila, un pantalón y una camisa son capaces de llegar a cualquier parte del mundo.

–Tranquilo: planifica y anticípate– me digo a mí mismo como si fuera un asesor personal experto en pasar malos tragos. Muy bien, vamos a planificar: viaje, maleta y ropa, hotel y asistencia al congreso.

Ya es miércoles 21. El tiempo ha pasado muy deprisa y aquí me encuentro, recordando cómo he llegado a esta situación.

A las 07:00h me estaba levantando, porque los nervios no me permitían seguir despierto en la cama. He dormido poco y a intervalos. La salida del tren a las 08:17h me tenía intranquilo. Toda la operación podría irse al garete si no cogía ese tren. El AVE que me llevaría a Barcelona salía de la estación de Atocha a las 10:30h y cualquier descuido podría dejarme en tierra.

Durante el fin de semana estuve tratando de conseguir información de cómo ir desde Chamartín hasta Atocha, pues, como he dicho, hace años que no frecuento esas estaciones. Sólo a mí se me podía ocurrir preguntar a un amiguete que trabaja en Madrid:

–Es muy fácil. Ya lo verás. Cuando llegues a Chamartín, te vas a cercanías y coges el primer tren que salga, que TODOS pasan por Atocha. Luego allí está chupao. Vas a las vías del AVE y coges el de Barcelona, que……

¡Vale, tío! Ya me preguntarás algún día cómo ir a la Laguna de Gredos, que te voy a decir: Muy fácil. Cuando llegues a la estación de trenes de Ávila, te vas a la estación de autobuses y sacas un billete del primer autobús que pilles, por que TODOS van a Gredos. Luego allí, pregunta a alguna cabra que te indicará cómo llegar al refugio. ¡No te joroba!

Mis recuerdos de Madrid son difusos. Recuerdo que había dos mundos, el de la calle y el subterráneo. Ese era el difícil. El del Metro, ni te cuento con el jaleo de líneas de colores y de cientos de nombres de estaciones que no hay quien asocie unas con otras. Y el mundo de Cercanías. ¡Ay, el de Cercanías!, ese sí era complicado.

Siguiendo las instrucciones del «listillo» llego a Chamartín, donde me esperaban vías y más vías separadas por interminables andenes que ni sabes hacia dónde ir para llegar a la ventanilla donde sacar los billetes. El maquinista ha tenido la amabilidad de dejarnos al final de los límites del apeadero. Por el instinto de supervivencia, te pones a andar siguiendo a los que llevan maletas con ruedas. ¡Esos seguro que van a por billetes para Atocha!– Te aferras a esa idea y a que sea tu día de suerte.

Ahora hay que sortear las escaleras mecánicas. Sí, sí, esas que nos enseñaban nuestros padres de pequeños la primera vez que íbamos a Madrid. Había que tener un «par de… » para subirte en ellas y disimular el miedo que nos daban a que te tragasen como a los escalones que aparecían de repente y desaparecían al final del recorrido. –¡Ale hop! Saltito hacia delante y solucionado– nos recomendaban nuestros papis. ¡Cómo nos cuidaban! ¿eh?

He llegado al vestíbulo de la estación y aquello parecía un día de domingo de mi ciudad. Venga gente corriendo para allá y para acá. Pero ¿por qué corren? ¡Ah, claro, que hay que coger el siguiente tren! Oigo por megafonía que hay un tren con destino a Atocha y Aranjuez y que sale en un minuto por la vía 2. ¡Vamos, vamos, chaval, corre que te quedas a dormir en esta ciudad!

Cada vez lo tengo más claro, los madrileños están acostumbrados a estos ajetreos porque están muy bien entrenados, lo tienen que hacer todos los días. Pero un paisano de provincias como yo, que no sale del terruño, llega a un pedazo de estación como ésta y se pierde, claro. Consigo encontrar la vía 2 de milagro. El cartel que indica la vía está tapado con un andamiaje que alguien lo dejó allí instalado y no lo ha vuelto a recoger. No es posible que Madrid esté en obras toda la vida.

Bajando las escaleras de dos en dos me dirijo hacia el andén donde está el tren que me salvará de pernoctar allí. Pero las cosas nunca son fáciles. Otro andamio me obliga a hacer un quiebro y atravesar un pequeño túnel que me despista y me lleva hacia una vía  de la que ya no estoy seguro de si es la mía. La suerte me sonríe y tras preguntar a varias personas que iban en el vagón al que subí en el último momento me confirman que sí, que ese tren llega a Atocha. ¡Prueba superada!

De pequeño inventé dos palabrejas, AREMICHA y CHAMIREA, que en esta ocasión deberían ayudarme. Son las sílabas de las estaciones por las que debo pasar, para no perderme: Atocha, Recoletos, Ministerios y Chamartín y al revés. Bueno, AREMICHA me fue de utilidad aunque con una ligera variación, porque ahora el tren pasa por Sol. ¡Madre mía la que tienen liada en Madrid! ¿Cómo habrán agujereado la tierra para llevar el tren hasta Sol? Esto será para los que vengan a lo de las campanadas de fin de año. Digo yo, vamos.

Estoy en Atocha ¿Cercanías? ¿Pero qué ha pasado en este tiempo? ¡Esto es enorme! No tengo ni idea de por dónde ando. De nuevo me pongo a seguir una fila interminable de gente que avanza hacia la misma dirección. Hacia el hall de la estación. Otra ciudad aún mayor con  innumerables tiendas y gentes de todas las razas. ¿Será esto lo que llaman globalización? Muy bien, la diversidad es buena.

Tras caminar largo trecho sorteando gente con todo tipo de maletas y bultos, máquinas expendedoras de billetes, fotomatones y demás artilugios de la civilización moderna llego a la primera barrera física. Se trata de una línea de tornos-pasapersonas que a modo de Muralla de Adriano me impiden continuar hacia las vías del AVE.

De nuevo, los avispados viajeros que hacen este recorrido a diario salvan de forma ágil este pequeño obstáculo que para mí es insalvable. Y todo porque ellos llevan un billetito con una banda magnética que introducen en la máquina y que les franquea el paso haciendo girar el torno a su paso sin nisiquiera rozarles los brazos metálicos. Pero claro, mis billetes son cuatro hojas DinA4 grapadas en bloque, llenas de letras y de publicidad y con la seria advertencia de no romper, arrugar ni tirar hasta que regrese a mi casa. Señores de RENFE, por favor, ¿por qué nos hacen llevar esos billetazos del tamaño del dinero que utilizan en alguna región de Mongolia?

–¿Oiga…?¡Disculpe…! ¿Cómo puedo pasar por aquí a las vías del AVE?– Lanzo mi súplica a la primera persona que veo uniformada, sin fijarme apenas a qué gremio representa.

–¡Mire! Vaya a esa ventanilla y allí le atenderán– me responde amablemente un señor de… Bueno, no sé de qué, pero le doy las gracias como si fuera el carcelero que acaba de abrirme las puertas del presidio.

Dócilmente me pongo a la cola, otra más, y espero mi turno hasta que la señorita que está al otro lado del cristal finaliza de escanear, sellar, marcar, registrar en el ordenador, y no sé cuántas cosas más, sobre mis pasquines publicitarios y me los devuelve junto al billetito de la banda magnética ¡que lleva todo el mundoooooo…..!

Salvado el muro, comienzo a correr en la dirección que me han indicado buscando mi ansiado tren. Escaleras mecánicas, pasillos, más máquinas expendedoras de billetes, más fotomatones (pues sí que se hacen fotos aquí en la capital, jajaja), más gente con maletas… hasta que por fín llego a ¡otra puñetera cola! Estoy empezando a calentarme y hoy alguien se lleva uno de mis incontrolados recaditos.

Ahora estoy con los billetes de la mano. Todos los billetes, por si acaso, porque esto es más serio. Se trata de pasar por el control de la Guardia Civil y por el escáner del equipaje. Bien, eso está bien. El control por la seguridad de todos me parece una buena excusa. No hay problema.

Coloco mi equipaje en una cinta transportadora que se lo lleva a un túnel de rayos X y que espero no salga achicharrado por el otro lado. Revisan mis billetes y me dejan pasar, al ver que tenía todo en regla. Mi cuerpo comienza a recobrar un pulso cardiaco normal.

De pronto aparezco en otro espacio que, aunque también grande, se ve algo más organizado. Es una estancia donde la gente está sentada de forma relajada, unas cuantas tiendas en la parte derecha y una gran cristalera en la izquierda que deja ver al fondo los impresionantes AVE.  Son trenes muy modernos estacionados en formación estratégica en sus vías. Un mar de pantallas colgadas del techo te informan minuciosamente hacia dónde van esos trenes, sus números de vía y sus horas de salida. Aquí se respira más la organización.

–¡Buenos días! Tiene usted el coche número cinco. ¡Buen viaje– Me indica una sonriente azafata a la vez que me devuelve mis ajados billetes, porque vaya trote que llevan los pobrecitos. ¡Claro, por eso son tan grandes! Si fueran pequeñitos no aguantarían tanto manoseo. Además, tienen que soportar el mismo trajín mañana en la vuelta.

He dejado el equipaje en un gran maletero que hay en la entrada del vagón. Voy hacia mi asiento, el 10A, saludo a mi compañero de viaje y me siento a tomar un poco de aire. Llevo tres horas y media desde que me levanté esta mañana y no he recorrido nada más que una pequeña parte de mi viaje. Espero que a partir de ahora todo sea más tranquilo, por que si no creo que el congreso va a ser una tortura.

Una vez que el tren está en marcha, decido ir a la cafetería que está en el vagón ¿…? Bueno, no sé dónde está pero me han indicado que siga la dirección que llevo. Que ya aparecerá. Mientras camino voy mirando a derecha e izquierda para ver quiénes son mis compañeros de viaje y sólo veo gente encorbatada, como yo, pero ellos con todo tipo de portátiles, tabletas, smartphones y demás aparatitos de pantallas táctiles. ¿Será una convención de gente de la semana de la informática de El Corte Inglés? ¡Madre mía! Si nunca había visto tanta cantidad y variedad de dispositivos electrónicos. Verás como ahora suena mi móvil y hago aquí el ridículo. Yo no lo saco, que el mío es de los de tapa y teclado.

–¡Rinnnngggg, rinnngggg!– Me lo temía. Seguro que es mi madre para ver qué tal el viaje. –Mamá que estoy bien, adiós– He aprovechado que pasaba delante del un WC y me he refugiado allí para responder y así esconder de la vista mi anticuado móvil. Al entrar he notado cómo se cerraba automáticamente la puerta detrás de mí con un sonido que me ha recordado al de las puertas de los ascensores.

Ya que estoy aquí aprovecho para desahogar mi vejiga, que hace ya tiempo que me estaba reclamando algo de atención. Es un rato muy placentero por el que estoy pasando. Estoy en un baño súper moderno, con todo tipo de utensilios a mi servicio, es espacioso y está lleno de botones y cartelitos por todos los lados.

Termino la micción y corto un trocito de papel para limpiarme. Al tiempo que lo tiro al wáter descubro un botón que indica que lo presione al finalizar. El botón está demasiado bajo, lo que me obliga a agacharme para alcanzar a pulsarlo. Es en ese momento cuando el extremo de la corbata se sumerge en el líquido azul del fondo de la taza. La tapa cae aprisionándola y sin posibilidad de recuperarla porque uno de los cartelitos advierte de no levantar la tapa después de presionar el botón. Súbitamente una fuerza succionadora intenta arrebatármela del cuello y tragarla con el coloreado fluido. Espero pacientemente a que esta moderna máquina evacuadora de detritus finalice su ciclo de funcionamiento, por temor a males mayores. Al final, recupero mi ajada corbata que ha quedado con un aspecto tan estrujado como empapada. ¡Y ahora es casi azul!

¡Creo que este congreso va a marcar un antes y un después de mi opinión sobre los cursos de Motivación Personal!

7 comentarios sobre “El congreso. Un viaje por sorpresa

  1. Gracias por hacerme pasar un rato genial, el problema es que se me hizo corto. Creo que todo el mundo en alguna ocasión ha pasado por una experiencia parecida en las estaciones de trenes de Madrid. Genial, esperamos más.

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  2. Gracias a vosotros rhg, Patricio y toni. El viaje no ha hecho más que empezar. Recordad que tengo que llegar a Barcelona y realizar dos jornadas de congreso. ¡Ah, y regresar!
    Hasta pronto.

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