La cena de Nochebuena

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Los últimos visitantes ya han retornado a su ciudad de origen. Antes de ayer hicimos una comida de despedida en mi casa para borrar un poco el sinsabor de la cena del día 24 de diciembre. Si hubiésemos tenido una videocámara ahora estaríamos por los platós de las televisiones contando nuestro relato de la que debería ser la mejor cena del año.

Así comenzó todo…..

 

Tres días antes de la cena

Este mediodía han llegado las manches (vienen de Ciudad Real) y han realizado el viaje en su Mini. Es de cuatro plazas pero sólo utilizan las dos delanteras. El resto del habitáculo lo utilizan para transportar todo lo que van adquiriendo en los centros comerciales que van encontrando durante el trayecto.

Por la tarde llegaron las supremas provenientes de la costa almeriense. Lo han hecho por vía ferroviaria y con un cargamento de productos autóctonos con los que prepararán los entrantes de la cena. Alguien se ha encargado de recogerlas en la estación de Renfe con un vehículo de capacidad suficiente para trasladar tan copioso cargamento.

Los teléfonos ya no pararán de sonar desde este momento. Llamadas con los teléfonos fijos, llamadas con los teléfonos móviles, mensajes de whatsapp por doquier y algún que otro SMS de los que todavía no se manejan con las nuevas tecnologías.

Para no saturarme demasiado, decido que es mejor no tener encuentros con los recién llegados. Una par de conversaciones telefónicas de cortesía y un ¡mañana nos vemos! Hay que dosificar, que queda mucho tiempo por delante.

 

Dos días antes de la cena

Nos hemos levantado tarde, por que son vacaciones, y después del desayuno hemos decidido ir a visitar a los que llegaron ayer. La primera noche la han pasado en una casa cercana a la nuestra, pero no será su única morada. A lo largo de los días irán cambiando de hogar según las circunstancias.

Lo bueno de las visitas a estas horas es que entre saludos, narraciones de viajes y otras historias, se llega enseguida la hora del aperitivito (así lo llamamos desde hace tiempo). Es cuando la puerta de la nevera pasa a convertirse en puerta cuasi giratoria. No pasan ni tres segundos desde que se cerró la última vez hasta que vuelve a abrirse.

—¿Quién quiere una cervecita? ¿tú un vinito? ¿tienes patatas fritas?— preguntan los anfitriones de la casa.

A la media hora, tiempo suficiente para que los estómagos dejen de gruñir hartos de tanto picoteo y los niños comiencen a gruñir porque hace rato que nadie les dedica atención, llega la hora de la retirada.

—Bueno, nos alegramos de veros. Tenemos que irnos— decimos con decisión.

—Quedaros a comer, de verdad, que hay para todos— insisten los dueños de la casa en la que nos encontramos.

Con mucha diplomacia rehusamos la invitación argumentando cualquier excusa, a la vez que les emplazamos para comer juntos al día siguiente en un restaurante.

 

Un día antes de la cena

Ahí estaban todos, en el bar del restaurante, repitiendo el ritual del aperitivito.

El dueño de la cafetería me miraba con lástima sabiendo que de esta no me escaparía. Además, a primera hora, cuando reservé la mesa, me hice el chulito para impresionarle y le dije: ¡No cobres nada a nadie, que hoy invito yo!

Quizás debí precisar que me refería al menú que ya había concertado pero no a las consumiciones de la barra que estaban haciendo sin parar.

Convenzo a la peña para que se siente, y deje de pedir en la barra, y les informo sobre los menúes que tienen junto a su cubierto. No les digo que es el menú más barato que tienen en este bar. Pero la suerte no siempre te sonríe y el camarero que acaban de contratar, o quizás sólo de forma temporal para estos días, ha dejado también sobre la mesa las cartas del restaurante.

—Yo quiero solomillo al roquefort, y de primero las gambas al ajillo— dice alguien desde el fondo de una mesa de trece comensales.

—Yo lo mismo, pero las gambas mejor  a la plancha— añade el compañero de al lado.

¿Qué ocurre? ¿qué dicen esos locos? ¡corre, insensato y trata de arreglarlo!— me digo a mí mismo viendo el desastre.

Al ver mi cara de pánico, se me ha acercado el dueño y me ha dicho que no me preocupe, que «me hará precio». Que un día es un día. En fin ¡Ay cuando llegue la cuenta!

Durante la comida nos hemos enterado que los que llegan hoy en avión desde Almería están teniendo problemas para embarcar por la densa niebla que tienen en el aeropuerto. Iberia los llevará en autobús hasta el aeropuerto de Granada para, desde allí, intentar volar hasta Madrid. A las once de la noche todavía estaban debatiendo si pernoctar en Madrid. Finalmente decidieron coger un taxi y se presentaron en Ávila. Bien pensado.

 

Día d, por la mañana

En mi condición de co-anfitrión he decidido ir a buscar a los recién llegados para sacarles del hotel y darles una vuelta por los distintos hogares donde se encuentran el resto de asistentes a la cena de esta noche, donde nos juntaremos un total de veinte comensales.

Primera parada en el chalet A, donde se encuentran los más pequeños del grupo y, por tanto, el hogar donde más alegría y bullicio hay. La visita es breve porque todavía hay que comprar algunas cosas para esta noche, algún regalo que falta y, sobre todo, algunos ingredientes secretos para preparar los platos con los que nos asombrarán los que van a cocinar.

Aquí hago un breve inciso para indicar que yo soy zurdo de las dos manos para cocinar. Vamos, que no sé hacer nada. Pero entre los invitados hay cuatro cocineros profesionales que han guardado celosamente qué platos van a preparar. Estas sorpresas me inquietan un poco, por que con tanto jaleo, con tan poco tiempo y ¡conociéndoles como les conozco! puede pasar de todo.

La segunda parada es en el chalet B. Aquí la visita todavía es más breve porque están de limpieza y todas las ventanas están abiertas. A ver, estamos en Ávila, es diciembre y te reciben «con las ventanas abiertas» y lo pillas de inmediato: me alegro de verte, pero de verte marchar.

Tercera parada, y muy importante. Hay que recoger al patriarca en el asador oficial de cochinillos de la ciudad. Ayer llevamos la bandeja preparada con el cochinillo y hoy nos lo devuelven ya asado y casi listo para su degustación. Un calentón en el horno y a la mesa.

Es tradición que el aperitivito de este día se tome en los principales bares de la zona donde cenaremos, que son muchos y muy renombrados. Como ya conozco la historia de otros años, pido la primera ronda y pago rápidamente, consiguiendo así el salvoconducto para abandonarlos a todos y huir de lo que será el primer caos del día: nadie irá a comer a casa.

 

Día d, a la hora de la cena

Ha llegado la hora de la verdad. Estamos en la casa de los abuelos donde cenaremos y vemos que el salón se ha transformado en una especie de mesón, con unas improvisadas mesas que ocupan toda la sala. Sobre las mesas hay veinte cubiertos y alrededor de las mismas puedo contar veinte asientos entre sillas, sillas plegables y taburetes, pero enseguida noto que los asientos no coinciden con los cubiertos. Creo que alguien cenará en las esquinas por que no cabemos.

Con la disculpa de no saber cocinar, ocupo un puesto privilegiado en el centro y junto a la pared, de donde no podré salir cuando todos se sienten. Me tomo un botellín mientras observo el espectáculo.

Ha comenzado un jaleo E.N.S.O.R.D.E.C.E.D.O.R.

Todo el mundo hablando al mismo tiempo, subiendo el tono para hacerse oír y para que nadie le pise la palabra. Es imposible entender algo con este nivel de decibelios. Con deciros que el del karaoke de abajo ha subido para decir que su clientes se quejan de que no pueden escuchar la música os digo todo.

—Estas anchoas triple cero no se consiguen fácilmente. Y estos tomates raf no los hay por aquí— comenta uno de los invitados.

—No, no, el foie no se pone en el solomillo hasta que no esté hecho— indica uno de los cocineros desde el salón a los de la cocina.

—¿Quién quiere ahora el cóctel Cosmopolitan?— nos invitan las chicas que lo han elaborado.

—No pongáis ahora el cochinillo en el horno, que está la placa a todo trapo con las gambas  y ¡noooo………!— se oyó una desgarradora advertencia en el momento que se «saltaban los plomos«.

Es lo que recuerdo minutos antes de la catástrofe. Sin querer, alguién golpeó uno de los  tacos sobre los que se apoyaba una pata de la mesa plegable. Dos copas con cócteles cayeron convirtiendo los espárragos en tiras de regaliz rosa. Del susto, y para intentar ayudar, alguien se levantó de golpe terminando de desestabilizar la mesa plegable y oscilando como si fuera un balancín. Haciendo buena la teoría del caos y de las leyes de Murphy, el diferencial eléctrico de la casa no aguantó el excesivo flujo demandado por la placa vitrocerámica (gambas rojas), el horno (cochinillo), un secador de pelo (alguien dándose unos retoques), los muchos teléfonos móviles (uno por enchufe de la casa), la vídeoconsola (la que dejaron encendida los niños para seguir su partida después de la cena) y no sé cuantas cosas más conectadas a la red eléctrica en una vivienda que ha multiplicado por diez sus moradores habituales.

—¡No os mováis los de la mesa! ¡quietos donde estáis!— grita alguien en la oscuridad.

—¡Que me estoy calando de algo pegajoso! ¡ay,ay, mi vestido nuevo!— grita una de las chicas.

—¡Cuidado  los del pasillo que llevo la bandeja la crema de espárragos triguerossssss……!— se oyó una voz a la vez que un estruendo de copas rotas y el tamborileo de una bandeja metálica rodando por el suelo.

Quizás pasaron diez minutos, o quizás fue más tiempo, hasta que hubo un poco de organización y tranquilidad entre los comensales. No había forma de controlar los impulsos de cada uno de los que allí estaban. Gritos, llantos, lamentos, enfados, voces, voces, voces (yo, por si acaso, tenía bien agarrado mi botellín y le daba pequeños sorbos mientras era espectador, bueno oyente porque no se veía nada de lo que allí sucedía).

Cuando el manitas de turno consiguió restablecer la corriente eléctrica, vimos el desastre que se había producido. Una mesa inclinada había volcado todo su contenido en el suelo, los espárragos goteando una especie de gelatina rosa que les daba un aspecto de carámbanos traídos del país de los Oompa Loompa (Charlie y la fábrica de chocolate), en el pasillo una papilla verde con tronquitos de espárragos flotando por ella, el foie derretido sobre unos más que tostados solomillos que habían recibido más fuego del necesario, y unas gambas que hacía rato habían cambiado su tono bermejo por uno marrón y que las convertía en otra cosa.

Se hizo el silencio. Poco a poco todos comenzaron a recoger los restos del naufragio que nos había dejado aquella tormenta. Al fondo se oía la melodía del karaoke y el tono unísono de sus intérpretes:

…la felicidad

ah, ah, ah, ah

me la dio tu amor

oh, oh, oh, oh…

 

Cuatro días después

Hoy es el día de los inocentes. Qué ironía. Aquí me encuentro relatando lo que fue la noche más larga del año y que difícilmente olvidaremos, aunque nadie haya querido sacar el tema.

Los que nos quedamos aquí, en Ávila, todavía no nos hemos juntado para hacer una valoración de daños materiales y morales. No nos apetece recordar el incidente. Ahora es necesario todo un proceso de análisis y de buscar el origen de los sucesos, como si fuésemos del CSI. Hemos pensado en la cena de Nochevieja, pero hemos decidido que mejor cada uno en su casa.

25 comentarios sobre “La cena de Nochebuena

  1. Ha estado bien, le falta algo más de ironía y humor, es a lo que nos tienes acostumbrados. Y sobre todo hecho en falta algo de sentimentalismo, pero de eso nos encargamos la tía y yo.
    Yo recordaré esta cena como si fuera la última y extraordinaria, es tan complicado juntarnos todos… Yo adoro a mi familia!

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  2. Silvia, Toni, gracias por vuestros comentarios. Me divierto contando lo que pasó y lo que pudo haber pasado. Como dicen en mi pueblo ¡qué lo vemos a otro ańo!

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      1. Gracias rhg, con lectores como vosotros seguiré publicando cosas verídicas, verídicas, jajaja.
        No te pierdas en enero el siguiente, que irá sobre las cuentas de mi banco.

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  3. Javier estaba deseando de q sacaras tu articulo. Como los anteriores lo paso genial leyendolos y eso q yo soy poco lector. Gracias por hacernos pasar un buen rato. Felices fiestas para ti y tu familia y que sigais asi de alegres.

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    1. Emilio, tus comentarios son siempre muy bien recibidos. Me encanta tenerte de lector de mis anécdotas. Tenemos pendiente escribir una juntos.
      Un abrazo, amigo.
      Feliz 2013

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  4. Realmente bien escrito, con su tempo, su generación de expectativas y su sentido del humor bien distribuido, hasta cierto sarcasmo irónico aquí y allá y que además remata el asunto. Pero si quieres que alguien te lea debes pasarlo todo por la criba y prescindir de, digo, un 50 por ciento. Por cierto, si fue real y tal cual cuentas fue terrible.

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