Los molinos del río Voltoya (Ávila) – abril 2023

Distancia: 8,26 km | Desnivel acumulado: 225 m | Tiempo: 3 h 26 min

Track: Urraca-Miguel – Los Turrales – Picón del Molino – La Corraliza – Molino del Quemado – Los Turrales – Urraca-Miguel.

Álbum de fotos de la ruta: Javier Hernández y colaboraciones.

Molino en el río Voltoya, en el término La Corraliza, Mediana del Voltoya (Ávila).

Abril 2023. Vecinos de Bernuy-Salinero nos han llevado a conocer los antiguos molinos del río Voltoya.

Leo por el canal de Telegram de #SenderismoFácil la invitación de Víctor para dar un paseo por el campo y ver las peonías que están floreciendo.

Es domingo, último día de abril y con todo un puente largo por delante. ¿Qué mejor plan? Así que llego hasta Bernuy-Salinero a la hora que nos habían citado. Allí se unirán otras dos parejas que también desean «caminar la comida después de una buena siesta».

El entorno que vamos cruzando lo conozco de otras veces, hasta que Víctor decide abandonar el camino, dejando Los Turrales a nuestra derecha, e introduciéndonos por el Picón del Molino. La magia del paisaje de encinares entre esquistos hace que nos encontremos en un lugar muy diferente al visitado otras veces.

Esquistos: rocas metamórficas foliadas con minerales laminados.

No puedo poner aquí todas las fotos que hice, para eso tenéis el álbum, pero si no me hubiesen dicho que estaba siguiendo de cerca el curso del río Voltoya no lo hubiese adivinado.

Ante nosotros fueron apareciendo rincones formados por árboles de ribera, de un río que gracias al caudal ecológico permite que la vida en el soto siga adelante. Como lo demuestran los numerosos cantos y trinos de las muy distintas variedades que desde su invisibildad estaban vigilándonos.

Gracias al caudal ecológico (proveniente del embalse) el río Voltoya permanece con agua en su recorrido.

Hasta que llegamos al molino que se encuentra en la zona La Corraliza. No hemos conseguido encontrar información a cerca de este molino, ya en ruinas. Ni en el visor SIGPAC ni en el Catastro hemos logrado desvelar nada acerca de su construcción ni cuando dejó de funcionar.

Por las dimensiones del caz -canal donde se recogía el agua del molino- sí deducimos que debió tener una intensa producción. Una lástima que estas edificaciones estén olvidadas. Quizás regrese una época en la que el dinero público destine una pequeña partida para rehabiliar estos ingenios hidráulicos que tanto ayudaron en épocas no tan lejanas.

El tamaño del caz, canal para recoger el agua, nos da una idea del potencial que tuvo este molino en su época.

Víctor nos estaba variando el paseo una y otra vez, como podéis comprobar en la sinuosidad del track que grabé con el dispositivo GPS. Es una zona que conoce desde mozo y que ha querido compartir conmigo. Con todos vosotros.

Parecía que hasta cambiábamos de lugar. A la tranquilidad de la ribera del río le sucedían caminos con terrenos escarpados. Donde los árboles tienen que luchar con los obstáculos de un terreno geológicamente muy cambiante, y romper la dura capa de la tierra en su camino hacia el cielo.

Y de nuevo el río. Con un sonar de corriente suave pero constante. Con un discurrir del agua lento pero suficiente para mantener sus márgenes frescas. Vivas.

Los puentes que vamos cruzando nos dan la idea de que en algún momento este caudal fue lo suficientemente abundante como para fabricar pasarelas de cemento para franquear sus orillas.

Puente de cemento sobre el río Voltoya.

Y eso lo confirma un segundo molino que aparece en nuestro camino. En esta ocasión sí conocemos su nombre. El Molino del Quemado.

Aunque de dimensiones más reducidas que el anterior, sí podemos observar parte de la antigua maquinaria que nos deja adivinar cómo fue su funcionamiento. Las grandes muelas de piedra, diseminadas por entre las ruinas, nos dan idea de épocas pasadas cuando giraban sin parar debido a la fuerza de las aguas del río.

Y de nuevo un entorno diferente. Donde vemos los accidentes geológicos que hacen que el «bult oi a» presente esa cantidad de meandros (“rizos”) que va formando mientras discurre desde su nacimiento entre las sierras de Guadarrama y la de Malagón, en el Sistema Central, hasta que mezcla sus aguas con el río Eresma, en Coca (Segovia), en un recorrido de cien kilómetros.

Río Voltoya («bult oi a») : el de muchas curvas, según  Javier Goitia Blanco, Ingeniero de Obras Públicas y Geógrafo.

Las laderas de El Barranco nos ofrecen dos vistas muy diferentes. Mientras contemplamos una cara agreste con abundantes rocas, donde habitan las grandes aves como el buitre leonado, la ladera que pisamos nos ofrece su cara más sensible.

Es el terreno donde las peonías, lavandas, tomillos y retamas nos regalan el esplendor de una biodiversidad que inunda nuestros sentidos. Principalmente vista y olfato. Son praderas que aprovechando los últimos rayos de sol nos recuerdan que no nos pertenecen. Pertenecen a las generaciones venideras.

Peonía – Paeonia: nombre en honor a Peón, médico de los dioses en la Ilíada y en la Odisea de Homero.

Regresando de nuestro paseo vemos las estampas propias de las «dehesas serranas» (me invento el término). Entre los encinares, los grandes bóvidos de la raza limusina encuentran los pastos aún frescos que más tarde rumiarán en el descanso de sus establos.

Semental de la raza limusina pastando sobre un campo de peonías.

Sí. Lo sé. En este artículo he empleado una redacción mas bucólica que otras veces. Ese tipo de redacción que siempre digo que no es mi estilo. Que cuento las cosas como si tuviera a alguien al lado.

Pero en esta ocasión es lo que me piden mis dedos golpeando las teclas del portátil con el que escribo. Es la forma de daros las gracias —Víctor, Rosa y Antonio, Marga y Pablo— por compartir conmigo vuestras vivencias de jóvenes por estos lugares.

He omitido, por economía, muchas de las cosas que me contasteis durante tres horas de caminata. Un verdadero placer haberos conocido, y espero repetir este tipo de paseo aprendiendo un poco más de cómo discurrió vuestra juventud en esta tierra tan bonita.

Rosa, Víctor, Marga, Pablo, Javier y Antonio.

¡Hasta la próxima ruta!

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